24 dic 2007

Diamante


Como el atónito suspenso va para largo, diré algo. Uno sabe muchas veces que algo va a pasar aunque muchas veces no pase nada. Nos confunden nuestras intuiciones. Pero en este momento a mi alrededor están pasando cosas que prefiero vivirlas en silencio. No es posible decirlas de entrada. El blog requiere una digestión muy rápida que no siempre alcanzo. Estoy escribiendo un ensayo que ha exigido mucho más de lo que esperaba y me ha llevado mas lejos de lo que preveía.

A eso se juntan mi hipersensibilidad ante los acontecimientos que vive Colombia. No he tenido tranquilidad de espíritu para la literatura. Los acontecimientos golpean a diario el vidrio de mi ventana y no he podido concentrarme. Espero que a finales de enero 2008 pueda rescatar mi equilibrio. Diciembre: un mes de una agitación descontrolada…ante eso paz interior.

La revista colombiana Arcadía escogió un poemario de Giovanni Quessep como la mejor publicación de este género en el 2007. (http://www.semana.com/documents/Doc-1567_20071218.pdf)

DIAMANTE
Si pudiera yo darte
La luz que no se ve
En un azul profundo
De peces.
Si pudiera
Darte una manzana
Sin el edén perdido,
Un girasol sin pétalos
Ni brújula de luz que se elevara, ebrio,
al cielo de la tarde;
y esta pagina en blanco
que pudieras leer
como se lee el más clarojeroglífico.
Si pudiera darte, como
se canta en bellos versos,
unas alas sin pájaro,
siempre un vuelo sin alas,
mi escritura sería,
quizá como el diamante,
piedra de luz sin llama,
paraíso perpetuo.

Guiovanni Quessep

2 dic 2007

Sigue el atónito suspenso. Y hoy se crece ante el intento del dictador venezolano por perpetuarse. Será dificil derrotarlo, ojalá la malicia indigena se imponga y gane el NO.

16 nov 2007

Atónito suspenso

La pluma inunda el ave.
La rosa se concentra
y pétalo por pétalo
refugia su perfume
en sus espinas.

El árbol , regresando por la savia
busca el lodo y el hueso
y acurruca su verde en la semilla.

El hombre se repliega en sus facciones,
toca su llaga viva, e introduce su imagen en su sangre.
Todo colmillo monda en su blancura,
toda forma dibuja su contorno,
todo espesor defiende su volumen.
Es el santo y la seña,
es el repliegue,
la norma concentrada,
el ruido que se oye y se vigila.
El ojo abierto,
la pezuña en vilo,
el camino sin nadie,
la palabra seca,
el mar que roza a Dios,
traga su espuma
y detiene sus olas
esperando.

Hector Rojas Herazo.
Poeta que tiene una de las grandes novelas de la costa colombiana, injustamente eclipsado por Garcia Marquez.

3 nov 2007

A ti, a todaos

-La interrogación sólo enmudece ente el amor
"¿Para qué amar?" es la única pregunta imposible.

-El amor no es misterio, sino el lugar donde el misterio se disuelve.


De Nicolas Gómez Dávila, en : Escolios a un Texto implícito. Villegas Editores. 2001.

30 oct 2007

Regresó.

Hace tres meses quizá, salió de Colombia Fernando Vallejo, renegando, y renunció a su condición de ciudadano colombiano. Hace pocos días regresó y quiere dar marcha atrás. En los dos momentos estalló el escandalo en los medios. Lo entrevistaron en periódico de mayor circulación. Me gusta ese temperamento de diva que tiene . Ese ir y venir en las decisiones triviales como cuando uno se aburre de un helado apenas probado y pide de otro sabor. Me parece saludable para el país el revuelo que arma cada vez que habla por ir en contravia de lo políticamente correcto. Es verdaderamente agudo cuando critica el establecimiento, pero también cuando dice que América latina es una muestra de la fracasada herencia española en estas tierras. Las sociedades que nos dejaron o que heredamos, no son para ufanarse. En eso, en la absoluta convicción y honestidad frente a lo que tiene en el corazón y lo que piensa de su gente. Vallejo es la bofetada de la diva intelectual que se muestra pero no se deja manosear. Sólo es posible mirar la estética de su prosa. Y el apabullante conocimiento del español.

Algunas de las cosas que dijo:

¿Que opina del éxito que ha tenido 'La puta de Babilonia' en Colombia?


La palabra éxito no tiene que ver conmigo. Éxito tiene un político que llega a la presidencia de un país. Un actor que tiene 'rating' enorme o un cantante juvenil de los que berrean hoy en día como terneros destetados en un micrófono. El éxito es para los granujas. Yo escribo por varias razones: por desocupación, por desesperación, por ganas de joder y por olvidar.

¿Cree en Dios?

Le contesto lo que le contestó el astrónomo Laplace a Napoleón cuando este le hizo la misma pregunta: "señoría: yo no necesito de esa hipótesis".

18 oct 2007

Que nunca me falte...


Tenía 67 años cuando escribió esto, dos años antes de su muerte y pocos meses antes de morir Josefina.

Por:Germán Espinosa

Tengo por fuera de duda que escribir sobre el amor, cuando somos nosotros mismos los protagonistas, equivale a caminar sobre la cuerda floja. El ridículo nos acecha a cada lado, como un abismo sin red receptora. En uno de los más bellos libros escritos sobre el tema, Del amor de Stendhal, el escritor francés nos obliga a distinguir los amantes vulgares de los amantes superiores. Los primeros, incapaces de amar de verdad, suelen revestirse, al dirigirse a la mujer objeto de su interés, de una frialdad calculista. No brota de su boca sino aquello que conviene a sus propósitos. Los amantes superiores, en cambio, dan rienda suelta a su sinceridad y de sus labios surgen, en aquellos momentos, 'cosas del más humillante ridículo'. Haré lo posible por evitar ese abismo, pero creo bueno anticipar que, en caso de caer en él, poseo la edad suficiente para que ello no me ruborice y, en cambio, pueda excusarlo alegando la necesidad de ser sincero. El del amor ha sido tema socorrido de la literatura, de la filosofía y de la ciencia. Nadie -creo- ha superado el último verso de la Commedia, en el que afirma Dante que mueve el sol y las estrellas. Creo que fue Henry W. Beecher el primero en intuir que puede la razón decirnos de qué modo nos impresiona el amor, mas nunca en qué consiste. En mis memorias (La verdad sea dicha), publicadas en 2003, me guarezco bajo una presunción de los esoteristas: aquella según la cual existen 'almas gemelas' que se conocieron en un plano anterior de la existencia y solo prosiguen en esta vida el amor irrevocable que se profesaron en otra. Hay una segunda posibilidad, de tono más platónico: la de una promesa realizada entre dos arquetipos, vale decir, entre dos modelos ideales, para que sus reflejos en el mundo material se busquen desesperadamente y formen la pareja perfecta. Otros teóricos hablan de la eventual separación de un ser único en dos partes, cada una de las cuales participa de un mismo espíritu, y que por tanto necesitan la proximidad. En cualquiera de estos casos, la psicología parece contentarse con hablar de dependencia, sin ver a veces que puede esta llegar a ser recíproca, lo cual la libra de toda connotación de esclavitud. Dos seres que se necesitan mutuamente no hallan servidumbre en la proximidad, sino solo una estimable cuota de bienestar. Voy a hablar de mi matrimonio y de cierta dependencia, para emplear el lenguaje de los psicólogos, que padecemos el uno hacia el otro Josefina y yo. Hay varones que se han casado por conveniencia o por el mero deseo de crear una familia. La esposa puede, en esos casos, llegar a constituir un objeto enormemente prescindible. Mi caso (y también el de Josefina) es otro. De mí sé decir que me casé porque una fuerza misteriosa me exigía unirme a ella, al extremo de imaginar, no bien la vi por primera vez y sin conocer aún la tesis esotérica atrás esbozada, que se trataba de alguien a quien había amado ya en vidas anteriores, con quien me ligaba un tiempo mucho más anchuroso que el mero lapso de una existencia. Tal sensación ha ido haciéndose mucho más intensa en la medida en que han pasado los años. Lo curioso es que ella experimentó idéntico sentimiento y que, en nuestra vida cotidiana, este ha llegado a erigirse en un hecho axiomático. Con el transcurso de los años (en el momento de pergeñar estas líneas llevamos treinta y nueve de casados), nuestra necesidad de cercanía se ha vuelto más imperativa. Es un hecho que cualquier separación, por fugaz que sea, puede llegar a tornársenos inquietante. En los días que corren, no acepto invitaciones si no es invitada ella asimismo, y esto se aplica sobre todo a los viajes. Una habitación de hotel sin Josefina puede llegar a convertirse en un infierno. La situación se ha ido por caminos insospechables. Un día Josefina me preguntó si el universo, los hombres, la historia y las geografías no serían una burla que algún dios guasón nos hacía. De ser así, seríamos los dos únicos seres verdaderos y lo demás una prestidigitación, una ilusión bien tramada. Me llamó la atención -porque alguna vez había sospechado lo mismo- que no se creyese ella el solo sujeto de la burla, sino que me incluyera en esa unidad. Entonces supe que también ella me consideraba inseparable de sí misma. Hay otras circunstancias expresivas. A algunos meses de nuestro matrimonio, un sueño recurrente empezó a martirizarme. Era bastante mudable, pues solía presentarse en los escenarios más diversos e incluso en épocas diferentes. Todavía, valga la verdad, me visita de tiempo en tiempo. Su argumento es siempre el mismo, aunque con variantes que acaso intenten ser cada vez más pérfidas. En él, mientras nos ocupamos en algo banal, de pronto Josefina se ausenta bajo cualquier pretexto. Pasado un tiempo (o un lapso de eso que en los sueños suplanta al tiempo), comprendo que me va a resultar muy trabajoso reencontrarla. Emprendo entonces una búsqueda larga y repleta de angustia, me hundo en las situaciones y en los paisajes más complejos, siempre en vano. En algunas de esas ensoñaciones he llegado a verme buscándola por el estiaje mediterráneo, junto a una crecida del Nilo; por la Bagdad de los califas coreichitas, que en la vigilia no sé imaginar; por tierras de miedo y devastación; entre los médanos de desiertos desconocidos; por los laberintos de París o de Bogotá. Al cabo de peripecias inútiles, despierto con el corazón al trote y con una atroz ansiedad respiratoria. Me ocurre también soñar (y experimento entonces una desolación incalculable) que ella ha resuelto dejarme y que se irá con un tercero a alguna bella ciudad del mundo. En ese sueño, que recurre por igual, trato de hacerme muy amigo de ese rival repentino, a veces desdibujado, para encarecerle que la trate bien y que jamás le haga daño. No me sorprendió, hace poco tiempo, descubrir que ella padece idéntica visión, en la cual soy yo quien la abandona por otra. En tales espejismos oníricos se deja barruntar una raíz no tan abscóndita: el temor a la muerte del otro, que alguna vez deberá sobrevenir en la realidad. El súbito rival del sueño no es otro, me parece, que la muerte. Varias veces nos hemos preguntado, en la vigilia, que hará el sobreviviente el día en que uno de nosotros fallezca. Tal interrogante es una llaga en pleno espíritu. Dudo mucho que el impacto de tal ocurrencia pueda llegar a ser mitigado por el tiempo. Este, que según La Bruyère, debilita el amor, en nosotros lo ha fortalecido, haciendo además que su transcurso lo colme de ansiedad. Tememos más la del otro que la propia muerte. Un amor de tales proporciones nos ha aportado, por supuesto, la satisfacción de que nuestros hijos sean su hechura indiscutible. La rectitud, el amor al trabajo evidente en ellos, proviene de haber sido fruto de una unión amorosa y no tan solo de un matrimonio vulgar. En mi empresa literaria, mi esposa ha constituido por igual un sostén heroico. Las vicisitudes propias de mi carrera ella ha sabido asumirlas con un estoicismo admirable y generoso. Pero, insisto, la felicidad de estar juntos es alterada por la certidumbre de tener que separarnos algún día. Quizás la delicadeza de SoHo, al impulsarme a redactar estas líneas, pueda obrar en nosotros una suerte de detersión por las palabras, ayudarnos a aceptar el dictamen de los años, que necesariamente deberá distanciarnos, acaso para reunirnos de nuevo en aquella dimensión en la que una vez nos prometimos amor.

17 oct 2007

Anonimato y luto




Hoy murió Germán Espinosa.

Quizá el mejor escritor cartagenero en muchísimos años..


Este es un poema suyo.



Perfora

la oscuridad

mi sombra


1967

16 oct 2007

Identidad


Creo que las dos palabras que mejor reflejan lo que yo siento que soy cuando digo que soy costeño, son: Coño , nojoda, dichas una detrás de otra sin solución de continuidad. Con una a final un poco larga y como si quisiera acompañarla para que no se acabe. Allí está mi sello de identidad con mi tierra que es mi infancia, como se ha dicho ya. Y aunque se usan para infinitud de circunstancias, cuando mejor lo hago es para quejarme de lo duro que están las vainas.


Y un poeta que lo haya cantado de manera bella: el loriquero Raul Gomez Jattin.


Pongo aquí el que tenía a la mano, decicaré nuevos post a él.


Si las nubes no anticipan...
Si las nubes no anticipan en sus formas la


historia de los hombres


Si los colores del rio no figuran los designios del


Dios de las aguas


Si no remiendas con tus manos de astromelias las


comisuras de mi alma


Si mis amigos no son una legion de angeles


clandestinos.Qué será de mi.




2 oct 2007

Blogosfera




Ayer tuve la oportunidad de escuchar a Roberto Burgos Cantor, fue a la Universidad y contó de sus cosas. Los jóvenes estudiantes de literatura en su mayoría estaban preocupados por la tradición y los problemas generacionales, de los que Burgos se resistió a hablar. Mas bien, -eso me gustó- insistió en que cada uno crea su propia tradición. Postura que sin ser original –¿quién lo es?- refresca escucharla. Me emocionó verlo reflexionar sobre la historia de un barrio en Cartagena que desapareció con el tiempo. Era un barrio tan pequeño –El cabrero-, que ocupaba un espacio a manera de franja de tierra entre el mar y la Cienaga, tan delgada que al hacer la “autopista” para el aeropuerto quedaron muy pocas casas en pie. Dentro de esas, la casa del expresidente Rafael Nuñez quien durante su gobierno expidió la única constitución que alcanzó los cien años en Colombia – desde 1886 a 1991. La historia le salvó la vida a la casa pero no al barrio. Pero en realidad de eso no quería escribir en este momento, sino de la relación que alcancé a percibir entre los blogs y la literatura. Por un momento pensé que los blogs tienen algunos rasgos de las canciones en mp3 que se consiguen por internet. Uno sólo baja las que le gustan, perdiéndose de hacer el recorrido de la obra que podía ser un disco completo. Réquiem por el disco como obra de arte. Siento que esa exigencia la podrán hacer las nuevas “generaciones”. Pedir una literatura cada vez mas cerca al mp3. Una historia enlazada de blogs cada uno autosuficiente y con la libertad que crea esa forma. Bien diferente al folletín del siglo XIX que tenía continuidad y suspenso. Una novela hecha de blogs para satisfacer las ganas de una larga cadena de suspiros de felicidad. Incluso de autores distintos. A veces recorro la blogosfera como quien arma una historia con las historias de cada uno. Ahora que recuerdo…creo que ya alguien del Boomeran(g) publicó un libro con los suyos.
Ilstración: De Sphaera, por Johannes de Sacro Bosco. Siglo XIII.

27 sept 2007

Días lentos

Dias lentos

y verdes y amarillos como grandes camaleones

a la orilla del tiempo

Y tal vez azules

Yo los quisiera eternos

sobre un cielo redondo dulcemente curvado

por la mano de un niño




Yo los quisiera azules y redondos

como la vieja taza de peltre en cuyo fondo

volaba hechizada una briza de pajaros



De Romulo Bustos Aguirre En el traspatio del cielo






23 sept 2007

Domingo


Las hojas de los árboles se mueven con la pereza del atardecer. El indeciso sol que entre las ramas pasa invita al descanso. En el fondo se escuchó a alguien decir algo al paso por el corredor ámplio de esa casa cartagenera, casi a orillas del mar. Entre el olor a plantas y el murmullo de los insectos se opacó el significado de las palabras. Apenas pude reconocer una voz tranquila que saludaba y al tiempo se despedía. Sin afán. Sin detenerse. No entendí nada, sólo supe que eras tú cuando desperté al final del domingo que no acababa de pasar.
Ilustración de Adriaen Collaert (~1560-1618)

12 sept 2007

Alguien pasa





Duda




Ahora ya no somos


como ayer, como antes.


Ahora vamos solos, cada quien por su aire.




A veces yo pregunto


por tu voz, por tu nombre.


Me miran y sonríen:


Ninguno los conoce.




Pienso entonces que pudo


ser mentira el encuentro.


Y perderte tan solo


la otra cara del sueño.




Del libro Alguien Pasa, de Meira Delmar.


(Ilustración de Leonhard Lapin)

7 sept 2007

Vagando



El amor a la literatura y el tiempo no se la llevan bien en mi caso. Quisiera que el blog derrumbara lo que no quiero y ablandara la dureza de cada tropezón que sufro en cada esquina. Ayer después de una cita odontológica aproveché para caminar largo por la ciudad. Acabé en una calle que me puso frente a un espectáculo visual incomodo y novedoso para mi. Caminaba a contraluz porque atardecía y el sol me pegaba pleno en la cara de manera que los rostros de los que pasaban por mi lado en sentido contrario parecían difusos por lo que apenas reconocía pedazos de su afán y condición. Tropecé con trabajadores que dejaban la oficina para ir solos a su vivienda que en algunos casos es apenas una pieza o cuarto. (Hoy supe que en occidente el 40% de las personas viven solas). Pasaban riendo estudiantes adolescentes respondiendo al celular mientras la ropa se les desordenaba por la brisa fría que golpeaba. Polvo y tierra se levantaban cuando los buses recogían pasajeros en cualquier parte al asomo de una señal. Muchos llevaban audífonos y en el cuerpo se les notaba si era música o noticias lo que escuchaban. Había vendedores ambulantes en algunas esquinas que ponían en el suelo sobre una manta verde los títulos de algunas películas piratas, una de las cuales llevaba años buscando volver a verla. Me había hecho a la idea de encontrarla sólo en el cine arte de alguna ciudad europea. Ahora simplemente la topaba ahí en el suelo por menos de un dólar la copia. La compré. El sol siguió pegándome en la cara y seguí caminando. Era 1900 de Bertolucci.

24 ago 2007

Desde la capital del libro


Empezó la fiesta de la literatura latinoamericana en Bogotá. En este escrito Margarita Valencia presenta a algunos de los que nos visitan:

Los asesinos prudentes

Hay una pila de libros en el escritorio: es la obra de gran parte de los escritores de Bogotá39, selección hecha a partir de más de trescientos candidatos. Su reunión en agosto de 2007 celebra la designación de Bogotá como Capital Mundial del Libro. Celebra también la buena salud de la literatura latinoamericana: aunque faltaron algunos nombres entre los elegidos, y también faltaron algunos de los elegidos en la pila, la masa física es impresionante. Además de alta, la pila es apetitosa: hay varias joyas en ella, y eso ya es tranquilizante y emocionante. Es una pila sustanciosa: hay muchos escritores en ella, y aunque algunos aún no han encontrado la veta, están lejos del genio, o nunca serán mejores, de la mayoría se puede decir sin temor que son creadores. Y eso también es emocionante y tranquilizante. Algunas cosas los hermanan: son esos puntos en común los que quisiera resaltar, quizás con el ánimo de justifi car una lista que siempre será caprichosa. Veintiocho escritores en un mes: he corrido la maratón. Emprendí la tarea con hambre pero sin muchas expectativas. La terminé satisfecha. No de todos tengo algo qué decir y habría que achacar ese silencio a las inevitables afi nidades del lector. Del boom a McOndo y el crack ¿Cómo no empezar con el boom? En la primerísima página de su inevitable Historia de la literatura hispanoamericana, de 1954, Enrique Anderson Imbert hizo la cuenta de los autores hispanoamericanos que habían hecho una “contribución efectiva a la literatura internacional” y no llegó a veinte: deplorable. Rulfo había publicado Pedro Páramo y Borges ya era el secreto mejor guardado del continente, pero quizás entre los diez que no nombra Anderson Imbert estaban ellos, y Silva, y Barba Jacob, por ejemplo. No sabemos y no importa. El caso es que después fue el boom. García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Carpentier (Carpentier es uno de los escritores más interesantes e ignorados de esa generación). No hay para qué alargar la lista. En menos de veinte años el guarismo de la contribución efectiva de la literatura hispanoamericana a la literatura internacional cambió radicalmente; empezamos a existir, y de qué manera. “La… aproximación a la literatura que esbozó Borges y que hoy representan autores tan aparentemente disímiles como Cortázar y García Márquez ha hecho tabla rasa de credos, de valores y de nombres que hasta hace poco parecían falsos, pomposos, arbitrarios, lo que sea, pero asimismo, desalentadoramente sólidos”. Con estas palabras expidió Hernando Valencia Goelkel la cédula de ciudadanía de la generación que alcanzó su mayoría de edad a finales de la década de 1960 –cuando esta que nos ocupa hoy empezaba a nacer– y que aportó a la literatura del continente “el desenfado, una de las formas más altas de libertad”.Después vino la academia, la responsabilidad, la madurez, la seriedad, la entronización: el pasado Congreso de la Lengua en Cartagena celebró desaforadamente los ochenta años de Gabriel García Márquez y los cuarenta de la aparición de Cien años de soledad, pero ninguno de los muchísimos discursos mencionó la osadía con la que García Márquez había tratado el español y su capacidad para hacerlo decir cosas que no había dicho nunca con unos giros y unos ritmos hasta entonces desconocidos. Quizá la razón de este silencio hayan sido las agrieras que no tardaron en reemplazar la maravillosa juerga del boom, y el talante avinagrado que suele acompañarlas. Cuesta trabajo recordar la fascinación que produjo la lectura de Cien años de soledad la primera vez (y la segunda, y la tercera…) a la luz de la “frivolización que de sus obras hicieron sus imitadores”, de la caricaturización que creó esperpentos, “no solo de la literatura sino del continente latinoamericano”. La cita es de Ignacio Padilla, de “McOndo y el crack: dos experiencias grupales”, uno de los textos publicados a raíz de la reunión de doce jóvenes escritores latinoamericanos que promovió en Sevilla Adolfo García Ortega, de Seix-Barral. En tono de reflexión madura, Padilla revisa sus tropelías pasadas y explica que la “artillería juvenil de los autores y los textos de McOndo y del crack no iba en modo alguno dirigida a los representantes del boom…” No sobraba la aclaración, porque a diferencia de ellos –más cautos y más prudentes en todo–, los militantes del boom prescindieron de sus padres sin piedad y empezaron el mundo a partir de cero, sin una tradición que los esclavizara. McOndo, la antología elaborada por Alberto Fuguet y Sergio Gómez, se publicó en Barcelona en 1996, e incluía cuentos de diecisiete autores hispanoamericanos (el único que repite en Bogotá39 es Leonardo Valencia) nacidos después de 1959, en particular entre “1959 (que coincide con la siempre recurrida revolución cubana) y 1962 (que en Chile y en otros países es el año en que llega la televisión)”. Ese mismo año, en agosto, se leyó en Ciudad de México el Manifi esto Crack. Sobre ellos se pronuncia con afecto y buen humor la escritora mexicana Elena Poniatowska: “Los seis miembros del crack: Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou, Vicente Herrasti (quien había vivido en Edimburgo y escribió sobre Escocia), Ignacio Padilla, Ricardo Chávez Castañeda y Eloy Urroz irrumpen en la escena con violencia: ‘Vamos a apostar por la novela ambiciosa, la novela total, la que busca crear un mundo autónomo en el lector, la que rescriba la realidad, una novela que verdaderamente diga algo’ […] La verdad, los escritores del crack le tiraron siempre a la sofi sticación, a escribir sobre temas internacionales, que interesaran en Alemania, Francia, Italia e Inglaterra. Habían leído a Broch y a Musil, traducidos por sus abuelitos literarios: Pitol y García Ponce. (Eran un poco esnobs, la verdad). Imposible permanecer tras la cortinita de nopal que tanto enfureció a José Luis Cuevas. Una vez profesionalizada la carrera de escritor por Carlos Fuentes, ellos se lanzan a las grandes avenidas. Nada de Allá en el rancho grande, nada de color local.”La generación de Bogotá 39 Sé bien –porque asistí a la presentación de la idea por parte de los organizadores del Festival Hay de Literatura y a su posterior adopción por parte de la Secretaría de Cultura– que fue el azar el que quiso que el tope superior de edad de los elegidos para el grupo fuese de 39 –no de 40, la propuesta inicial–, o sea los nacidos en 1968 (seis nacieron ese año; dos el año siguiente; dos, en 1981; y el resto, en la década de 1970). No deja de ser signifi cativo, sin embargo. La generación del 68 “dejó humor, melancolía y desastre”, dice Enrique Vila-Matas, y la fecha aun representa con gracia a una generación más o menos comprometida con Marx y/o Timothy Leary, el amor libre (¿?) y los bluyines de marca. Es preferible mayo del 68 al narcotráfi co y Fidel Castro, su verdadero legado. También en el 68 se cumplen los quince años que prescribe Ortega y Gasset para que una generación separe a los escritores de Bogotá 39 de Roberto Bolaño (1953 - 2003), su héroe indiscutido. La numerología nos favorece. Porfi emos. Hay cuarenta y un países en América Latina y el Caribe, en los cuales se escribe en cinco lenguas ofi ciales: español, holandés, portugués, inglés y francés. Entre los escritores hay representantes de diecisiete países que escriben en inglés, español y portugués (si bien los dos que escriben en inglés no representan países en donde se hable el inglés oficialmente). Siete son mujeres, dato que hay que mencionar porque las cinco escritoras leídas forman un conjunto con más ofi cio, que aborda los temas con más conocimiento y profundidad, se arriesga más, suena menos pedante, se divierte más escribiendo y es más divertido de leer: el libro de cuentos de Claudia Hernández no se parece a ninguno de los otros, y tampoco la novela policíaca de Gabriela Alemán. Pero estas dos últimas y Pilar Quintana padecen editores locales que no quieren o no pueden promoverlas con más entusiasmo. Tres han ganado premios. Dos son cubanas. Sin embargo, la voz más contundente es, a mi juicio, la del chileno Alejandro Zambra, autor de Bonsái y de La vida privada de los árboles. Muchos (pero no todos) publicados por editoriales españolas: Alfaguara, Seix- Barral y Mondadori, y las independientes Anagrama, Funambulista y Lengua de Trapo, y viven en Europa o Estados Unidos. No obstante, solo se consiguieron libros de seis de ellos en una primera ronda de librerías. (No estaba, por ejemplo, En busca de Klingsor, una novela excepcional que mereció el premio Biblioteca Breve en 1999, cuando Jorge Volpi apenas tenía treinta y un años.) Bogotá 39 tendría que ser un campanazo para lectores y editoriales, que provoque una mejora sustancial en la distribución de jóvenes autores.El miedo y la vida tal como es La preocupación política que permeaba (y también moldeaba y deformaba) la literatura latinoamericana desde sus orígenes empezó a desdibujarse en la narrativa de finales del siglo xx, reflejo del desencanto y una cierta indiferencia o cinismo que reemplazaron el activismo de los sesenta y los setenta. “En gran medida –escribió Bolaño–, todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del cincuenta y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creímos la más generosa de las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no lo era”.Los jóvenes protagonistas de las novelas de los sesenta y los setenta, como los de ahora, se reunían en bares y fumaban y bebían y, si tenían suerte, se iban a la cama; los protagonistas jóvenes de las novelas del siglo xxi además fuman marihuana o se chutan o inhalan cocaína con más desvergüenza que los de los setenta. Pero mientras que aquellos vivían protegidos por la certeza expresa o implícita de que a la vuelta de la esquina los esperaba el futuro que ellos mismos estaban creando, a los de ahora nada los protege, nadie los espera. La marihuana, la cocaína y el basuco (en ese orden) compartieron el camino con la revolución durante unos años, pero inevitablemente el sueño de la revolución se esfumó entre el dinero fácil de la cocaína o los vapores de la resaca (dos caras de la misma moneda) y resultó ser igualmente efímero. La patria, por supuesto, desapareció y fue reemplazada por el barrio. Y el escenario nacional cedió su lugar a la relación minuciosa y obsesiva de la vida cotidiana, una vida llena de frustraciones, de la pesadez de la vida urbana, de la lentitud del no futuro. Los artistas del medio siglo se sentían héroes cuando creaban (o cuando hablaban de crear mientras fumaban baretos); los artistas de comienzos del siglo xxi son desempleados que se preocupan por el arriendo el mes entrante, cuando no tienen que cuidar de una generación de padres que nunca maduró –a pesar de lo cual sigue espetándoles su falta de compromiso, sin admitir que se quedaron enganchados en una izquierda tan beligerante como ingenua, y en la fantasía del sexo fácil.De allí la justeza de la apreciación de Bolaño cuando escribe: “¿De dónde viene la nueva literatura latinoamericana? La respuesta es sencillísima. Viene del miedo. Viene del horrible (y en cierta forma bastante comprensible) miedo de trabajar en una oficina o vendiendo baratijas en el paseo Ahumada. Viene del deseo de respetabilidad, que sólo encubre al miedo”. El miedo es el protagonista principal de Parece que va a llover, de Ricardo Silva (Colombia, 1975). “Este es el miedo. Lo ocultamos durante años como si se tratara de un monstruo en las alcantarillas, […]pero ha vuelto así sin más, como si se tratara del escenario de nuestras vidas… ”. Juana Villegas, la protagonista, tiene miedo de su fracaso profesional, tiene miedo de su próximo matrimonio, tiene miedo de haber perdido para siempre al amor de su vida, tiene miedo de abortar. El miedo es también el protagonista de la novela de Wendy Guerra (Cuba, 1970), Todos se van, narración en forma de diario que empieza en 1978, cuando la escribiente tiene nueve años, y termina en 1990: “A veces me gustaría ampliar las páginas del diario a gran escala y exponer las hojas en esta galería […]. Mi madre se moriría de miedo”. A diferencia de Antonio Ungar (Colombia, 1977) en subreve novela de infancia Las orejas del lobo, Guerra logra crear la fi cción de una voz infantil que crece contra el telón de fondo de una Cuba cada vez más malograda; de la estirpe de Las cenizas de Ángela, Todos se van no tiene, sin embargo, una gota del sentimentalismo y el melodrama de aquella, de modo que resulta genuinamente pavorosa en su desolación: “Estoy en La Habana, lo intento, trato de avanzar cada día un poco más. […] De este lado sigo escribiendo mi diario, invernando en mis ideas, sin poder desplazarme, para siempre condenada a la inmovilidad”. Si en La Habana es la condena, en México es el anhelo, pero el motor allá y aquí es el miedo: “Estoy devastado”, confi esa el narrador de Hombre al agua, de Fabrizio Mejía Madrid (México, 1968) –una novelita muy desigual, a ratos brillantísima–. “Tengo la sensación de que estoy viviendo mis últimos días en esta ciudad”; una ciudad donde “nunca hemos tenido espacio”, donde “nunca hay vacíos”, donde el yo se disuelve entre la multitud, y sin embargo Urbina conspira para que alguien –un desconocido, un amigo, da lo mismo– se vaya y le deje su lugar: “El hecho es que si tan solo uno de esos se fuera de la ciudad yo podría quedarme con su empleo. Suena simple. Pero no lo es, porque para que el sujeto en cuestión se vaya de aquí, debe sentir un profundo miedo”. El asfalto y el humor Los personajes literarios de Bogotá39 tienen miedo de conseguir un empleo o de no conseguirlo. Tienen miedo porque saben que la vida es difícil y no tienen sueños grandilocuentes donde refugiarse. Saben, asimismo, que toda situación es susceptible de empeorar y tienden, los más sabios, a la inmovilidad, con la esperanza de pasar desapercibidos. Hay más Bartlebys por centímetro cuadrado en la literatura latinoamericana actual de los que hubiera podido soñar Melville; o Vila-Matas, que es el otro héroe literario de esta generación. Pero en su versión contemporánea y urbana brota por todas partes el humor, un ingrediente escasísimo entre los escritores de generaciones anteriores. Sin embargo es un humor que a veces tiende a estancarse en el chiste, y por ende en la caricatura y en el lugar común. Los colombianos, en particular, exhiben la odiosa tendencia al chiste y el estereotipo como una barrera contra la realidad (lodosa y difícil). Parece que va a llover, de Silva, sería una novela perfecta de no ser por la tendencia del escritor al humor insustancial e irritante de niño bien de colegio privado. Leer Recursos humanos, de Antonio García (Colombia, 1972) es como leer a un Kafka que se nos hubiera quedado en el bolsillo del pantalón y hubiera padecido lavadora, secadora y plancha. El chiste parecería eximir al autor de la ironía, de la tarea pesada de pensar a los personajes más allá del nombre y de la ropa, y de unas actitudes sacadas de las comedias de televisión de los setenta. García escribió esta novela gracias al Programa Rolex de Maestros y Discípulos, bajo la tutela de Mario Vargas Llosa: un premio que puede llegar a ser una manzana envenenada, a juzgar por la unanimidad alrededor de la calidad de la primera novela de García (Su casa es mi casa). La novela de Pilar Quintana (Colombia, 1972), con el muy comercial y engañoso título de Coleccionistas de polvos raros, es espléndida hasta que la autora decide volver la suya una novela de Laura Restrepo meets Jorge Franco, con niños bien, narcos, señoras y otros exponentes predecibles de una colección de estereotipos pretendidamente graciosos o signifi cativos: “El Mono Estrada menor se monta en su Ford Explorer rojo Marlboro y el Mono Estrada mayor en su Nissan Pathfi nder azul medianoche”, etcétera. Otro aire, más liviano y al mismo tiempo más mordaz, se respira en Cien botellas en una pared (Ena Lucía Portela, La Habana, 1972, Premio Jaén de Novela 2002), una novela que se burla del horror habanero para poder mostrarlo sin repelencias, y crea una Lazarilla moderna y entrañable que pasa hambre, es golpeada y maltratada por amigos y enemigos, y aprende que los sobrevivientes siempre serán hermanos, cualquiera que sea su condición.De qué hablamos cuando hablamos de amor (y de thrillers) La vida cotidiana, ese viscoso fl uir de las horas sin sentido en la ciudad, es el terreno común de la literatura de Bogotá39. Y fl uye bastante bien, siempre y cuando no hablemos de amor (o de sexo, o de las dos), terreno en el cual muchos se empantanan. El que más, Gonzalo Garcés, en su novela Los impacientes (Argentina, 1974, Premio Biblioteca Breve 2000). Si Ricardo Osorio, de Recursos humanos, es una caricatura de los mandos medios en el mundo industrial, los personajes de Los impacientes, Mila, Boris y Keller, son la caricatura de la juventud latinoamericana. Boris es músico (el artista comprometido con su arte y el amigo bondadoso), Keller es fi lósofo (muy petulante) y ella… ella escribe ocasionalmente en un periódico, pero lo que importa es su pasado tormentoso,sus profundos conflictos (“…con esa media sonrisa que podía signifi car conmoción, meditación profunda o la más desolada indiferencia”) y su bonitura, ¡faltaba más! Los tres van y vienen por un escenario urbano neutro y sin personalidad, y se ocupan sin mucho entusiasmo de formar un triángulo amoroso cuyo fundamento afectivo y sexual parece tomado de una película de soft porno. Garcés juega a las muñecas con los personajes de su novela, absolutamente investido de la seriedad de su papel de adulto. En el otro extremo, Bonsái y La vida privada de los árboles, de Alejandro Zambra (Chile, 1975), exhiben una inteligencia afectiva excepcional (en esta y en las generaciones anteriores), apareada con un gran refinamiento literario. Zambra cuenta historias complejas y seductoras sin muchos aspavientos, y es contenido y preciso; registra minuciosamente, como en un documental a la manera de la National Geographic, la vida emocional de sus personajes –hombres y mujeres jóvenes normales, sin mayores distintivos– y el proceso de escribir sobre ellos. El resultado son dos novelas cortas, muy sobrias, muy bellas, con una belleza reposada que se deja examinar una y otra vez. El centro definitivamente ha sido colonizado por las mujeres, mucho más perspicaces y finas a la hora de sondear en el peligroso terreno de las relaciones afectivas y del sexo: Ena Lucía Portela pasa por toda la gama de las relaciones sexuales con genuino desenfado y mucha gracia, e impone su ritmo en una sociedad en la que “mucha gente desprecia a los maricones”. Wendy Guerra describe con suma inteligencia las redes que tejen los adultos en la vida de su diarista, y sabe contar lo que ve sin melindres y sin opacidades. Pilar Quintana, en su retrato de La Flaca, protagonista de Coleccionistas de polvos raros, prescinde de todo lo que hizo la fama de Rosario Tijeras: el melodrama histérico, el malditismo, el vudú del sicariato. Tiene implantes de silicona, pero no son el centro de su ser. Tiene un apartamento que paga el novio narco, a quien sedujo para huir de su destino. Y no tiene nada más: “La Flaca se mantiene sola todo el día. Se aburre. Sale a la calle. El sol le pega en los ojos y los tipos le echan piropos. Sonríe y cuando se da cuenta ya está hablando con uno. Lo invita a su apartamento, no con la intención de tener sexo, sino para pasar un rato en compañía de alguien que no se llame John Wilmar. Pero tarde o temprano, de un modo u otro, el tipo se lo termina pidiendo y La Flaca, dándoselo”.María Gabriela Alemán (Ecuador, 1968) también se siente muy a sus anchas en el escabroso mundo del sadomasoquismo, alrededor del cual arma una novela policíaca sólida y creíble. Y a pesar de que se pierde un poco en la historia secundaria (un padre alcohólico con un oscuro pasado nazi), describe con tino el medio universitario en el que se desarrolla la trama, tan sórdido como el ambiente de perversiones sexuales debidamente aderezado con el discurso académico acerca del deseo. Body Time es la más conservadora (en lo formal) de las policíacas, sobre todo si se la compara con Uñas asesinas, novela corta de Rodrigo Blanco Calderón (Venezuela, 1981), una especie de Ventana indiscreta muy contemporánea, con mucha marihuana, y con un humor que no desmerece a Hitchcock de ninguna manera. Y ya que el amor quedó atrás y aparecieron los thrillers, habría que hablar de Abril rojo, de Santiago Roncagliolo (Perú, 1975, Premio Alfaguara 2006), una novela interesante que se arriesga en lo formal (y trastabillea) y que además sondea en la historia de su país con ánimo de denuncia, en lo cual resulta una voz aislada en su generación (a excepción de Wendy Guerra). El grito de independencia Abril rojo es, sin embargo, una novela de largo aliento, sustanciosa y bien estructurada, impulsada por el ánimo de contar una historia que debe ser contada: la de los muertos anónimos de América Latina. Roncagliolo hace honor al propósito expreso del grupo del crack de crear novelas ambiciosas, que reescriban la realidad y que digan algo. Eso lo clasifica, junto con Juan Gabriel Vásquez, entre los seguidores de Jorge Volpi (México, 1968); su novela, En busca de Klingsor –que hurga en el tema de las investigaciones atómicas durante la Segunda Guerra Mundial–, marcó un hito generacional y dio el grito de independencia de su generación contra los esperpentos narrativos que los precedieron. Además Klingsor es una novela al modo clásico, casi un ejercicio intelectual, mesurado y profesional, que busca obligar a sus compañeros de generación a retomar el camino que perdieron sus antecesores. Otro tanto se puede decir de Los informantes, de Juan Gabriel Vásquez, que explora el tema de los inmigrantes alemanes en Colombia durante la Segunda Guerra Mundial. El territorio mínimo del cuento Pero en ningún terreno como en el del cuento es más evidente cuán desencaminados iban los padres. “El escritor puede –y debe– apropiárselo todo”, recomendó Valencia Goelkel; “pero requiere un territorio mínimo anterior en torno al cual pueda producir su anexión”. Hay grandes cuentistas en América Latina: Quiroga, Felisberto Hernández, Ribeyro y Onetti, para mencionar a los más obvios; Cortázar, tan desasidode los ánones, tan innovador e irreverente; y Borges, por supuesto, el gran Borges, a quien no se podía leer en los setenta porque la izquierda –con tanta ignorancia como tontería– lo puso a encabezar su lista negra. Los escritores jóvenes leen a Borges y también leen a Cortázar, pero a veces parece que los leen sin apropiarse de su sentido del humor. Quizás por eso cuando los imitan acaban sonando como un Borges circunspecto, que se toma más en serio su bagaje cultural que a sus lectores, o como un Cortázar más empeñado en ser original que en divertirse. Hay grandes cuentistas latinoamericanos, pero no hay una escuela que sirva de territorio mínimo. De allí que tantos de los autores contemporáneos parezcan concebir el cuento como un ejercicio aburrido entre novelas; o peor aun –y siguiendo el mal ejemplo del buen Bolaño en Putas asesinas– como una buena manera de servir a la mesa los sobrados de la última novela; de allí también que tantos de estos malos cuentos sigan sonando patéticamente iguales a los malos cuentos de los setenta, apresurados, tramposos, sin iceberg que los mantenga a flote. Los cuentos de John Jairo Junieles (El temblor del kamikaze) evocan también los cuentos de los setenta, usualmente atravesados de una nostalgia floja, pero no caen en la bobería y se salvan por un toque de poesía aquí y allá que obliga al lector a olvidar ciertas asperezas, ciertos baches, y a dejarse llevar por las historias. Pero es también aquí, en la región del malhadado cuento, donde los escritores se arriesgan más y de donde salen más fortalecidos. Los cuentos de Rolando Menéndez (Cuba, 1970), De modo que esto es la muerte, carecen a veces de la insistencia en la perfección que exige el género, pero anuncian a un escritor seguro de sí mismo,que no teme equivocarse. Los cuentos de la primera parte, “Hambre”, son efectistas, pero Menéndez a ratos logra deshacerse de la maldición de las tres últimas líneas en unos párrafos bien logrados, como este que aparece en el primer cuento sobre un cuatrero improvisado: “Según tengo entendido, se empieza por los perniles para asegurar la mejor parte. Luego se despanza, y ahí es donde dicen que el animal se estremece porque están sacando lo suyo. Dicen que los pulmones siguen respirando fuera de la vaca. Pero hay que despanzar (…)” (p. 12). Después va perdiendo el camino y empieza a deshilacharse en textos largos y tediosos que no van en realidad a ninguna parte. No es el caso con De fronteras, de Claudia Hernández (El Salvador, y de allá para acá los hábitos, los giros lingüísticos y las lealtades y adscripciones que tanto escandalizan a los puristas de ambos lados. Nada de eso preocupa a Junot Díaz, que se concentra en escribir los mejores cuentos de su generación. Acaba de aparecer su esperada novela, que promete estar a la altura de sus mejores cuentos.
El oficio del escritor No estaría completo este fresco de Bogotá39 si dejara pasar el tema de la escritura, que salta en cada página: Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) le dedica todo un libro, El ángel literario, un bonito texto que se enreda en formalidades –que ya resolvió, entre otros, Sebald– como las fronteras entre la fi cción y el ensayo. De nuevo, fueron Bolaño y Vila- Matas quienes desbrozaron ese camino para los más jóvenes: “Yo vi La noche”, dice Vila- Matas, “y empecé a adorar la imagen pública de esos seres a los que llamaban escritores. Me gustaron, en un primer momento, Boris Vian, Albert Camus, Scott Fitzgerald y André Malraux. Los cuatro por su fotogenia, no por lo que hubieran escrito”. Zambra le sigue el juego cuando Julián, el personaje de La vida privada de los árboles, confiesa que quiere ser escritor, “pero ser escritor no es exactamente ser alguien”. Y sin embargo hay escritores en Todos se van, en Una larga fila de hombres, en El temblor del kamikaze, en El ángel literario, en Cien botellas en una pared, en Bonsái… La lista es demasiado larga. El punto es que a estos escritores de Bogotá39 les preocupa el oficio. Sus antecesores del boom se estaban inventando el mundo y asumieron la responsabilidad de narrar a América Latina, de crear a América Latina en el mundo a partir de su narración. Fracasaron, por supuesto. Estos escritores jóvenes, prudentes asesinos de sus padres, no quieren inventarse nada; solo quieren ser buenos escritores. Entienden que lo suyo es la fi cción, no cambiar el mundo: “La novela en sí, a su juicio, era un género para tontos y mostrencos, verracos, mongoloides… que se mecían en el columpio de la idiotez con la necia esperanza de ser engañados”, escribe Portela. Bolaño explicó en Caracas, en su discurso de aceptación del Rómulo Gallegos, que una escritura de calidad es “saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío”. Pero esa es una instrucción que vale para vivir, que es lo que les preocupa a los escritores de esta última generación. Por eso no son grandilocuentes (al menos no lo son deliberadamente). Por eso prefieren un tono menor, sin frases para la posteridad. Y esa es su marca y su gracia. El escritor inglés Jim Crace empezó una conferencia hace un par de años con la siguiente declaración: “Soy un escritor heterosexual blanco de los suburbios; una especie en vía de extinción”. Bromeaba, por supuesto. Crace sabe que la presencia de la literatura inglesa en el mundo quizás depende de pieles más oscuras, de prácticas sexuales menos ortodoxas, de vidas más escandalosas. Pero también sabe que la savia de la literatura inglesa son los escritores como él. Me da gusto constatar que, por primera vez en la historia de la literatura latinoamericana, tenemos una armada de “escritores heterosexuales blancos de los suburbios”. Si perseveran, ninguno de ellos tendrá que volver a su patria chica en un tren amarillo cargado de lagartos y ministros, ni tendrá que padecer penosos homenajes nacionales con ex presidentes y reinas de belleza. Si perseveran, tendremos literatura latinoamericana para rato.
http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=105749

16 ago 2007

Woody Berman





Recibí de una amiga un email con el último escrito de Woody Allen en el New York Times en el que hace un semblante de Ingmar Berman. Me llegó sin el link. Cuenta de las preocupaciones estéticas del genio recien fallecido. El interés por mostrar las dificultades en las relaciones humanas, la soledad, la mortalidad, el arte. Y el silencio. La imposibilidad de comunicarse con los demás. Habla de su admiración por Berman, de las largas conversaciones telefónicas que suplían la dificultad de verse, en las que Woody prefería disfrutar el privilegio de escucharlo. De ese catolicismo intelectual de querer pasar a la eternidad que abrigan muchos artistas y que el cineasta hubiera cambiado por unos años más de vida. Y culmina con una típica burla de si mismo aludiendo a las 60 películas que alcanzó hacer Berman: “Yo llevo 38. Si no lo alcanzo en calidad al menos me acerco a la cantidad” .

Dice que alguna vez le escuchó a alguien decir a la salida de una película de Berman que no sabia exactamente qué lo había retenido al borde de la silla durante cada fotograma. No otra cosa podía pasar cuando una cámara inmóvil durante 15 minutos ante el rostro de Liv Ullman, mostraba el flujo de emociones que lo recorría. En cambio, en el cine de estos tiempos la cámara no para de moverse.

Al terminar de leerlo recordé que en Cartagena la cultura universal de estos genios llegó en las películas que el señor Víctor Nieto ponía en cartelera en el cine Miramar, entre ellas las películas de Berman.
Así escribió W. Allen, The Man Who Asked Hard Questions.
By WOODY ALLENPublished: August 12, 2007I GOT the news in Oviedo, a lovely little town in the north of Spainwhere I am shooting a movie, that Bergman had died. A phone messagefrom a mutual friend was relayed to me on the set. Bergman once toldme he didn't want to die on a sunny day, and not having been there, Ican only hope he got the flat weather all directors thrive on.I've said it before to people who have a romanticized view of theartist and hold creation sacred: In the end, your art doesn't saveyou. No matter what sublime works you fabricate (and Bergman gave us amenu of amazing movie masterpieces) they don't shield you from thefateful knocking at the door that interrupted the knight and hisfriends at the end of "The Seventh Seal." And so, on a summer's day inJuly, Bergman, the great cinematic poet of mortality, couldn't prolonghis own inevitable checkmate, and the finest filmmaker of my lifetimewas gone.I have joked about art being the intellectual's Catholicism, that is,a wishful belief in an afterlife. Better than to live on in the heartsand minds of the public is to live on in one's apartment, is how I putit. And certainly Bergman's movies will live on and will be viewed atmuseums and on TV and sold on DVDs, but knowing him, this was meagercompensation, and I am sure he would have been only too glad to bartereach one of his films for an additional year of life. This would havegiven him roughly 60 more birthdays to go on making movies; aremarkable creative output. And there's no doubt in my mind that's howhe would have used the extra time, doing the one thing he loved aboveall else, turning out films.Bergman enjoyed the process. He cared little about the responses tohis films. It pleased him when he was appreciated, but as he told meonce, "If they don't like a movie I made, it bothers me — for about 30seconds." He wasn't interested in box office results, even thoughproducers and distributors called him with the opening weekendfigures, which went in one ear and out the other. He said, "Bymid-week their wildly optimistic prognosticating would come down tonothing." He enjoyed critical acclaim but didn't for a second need it,and while he wanted the audience to enjoy his work, he didn't alwaysmake his films easy on them.Still, those that took some figuring out were well worth the effort.For example, when you grasp that both women in "The Silence" arereally only two warring aspects of one woman, the otherwise enigmaticfilm opens up spellbindingly. Or if you are up on your Danishphilosophy before you see "The Seventh Seal" or "The Magician," itcertainly helps, but so amazing were his gifts as a storyteller thathe could hold an audience riveted and enthralled with difficultmaterial. I've heard people walk out after certain films of hissaying, "I didn't get exactly what I just saw but I was gripped on theedge of my seat every frame."Bergman's allegiance was to theatricality, and he was also a greatstage director, but his movie work wasn't just informed by theater; itdrew on painting, music, literature and philosophy. His work probedthe deepest concerns of humanity, often rendering these celluloidpoems profound. Mortality, love, art, the silence of God, thedifficulty of human relationships, the agony of religious doubt,failed marriage, the inability for people to communicate with oneanother.And yet the man was a warm, amusing, joking character, insecure abouthis immense gifts, beguiled by the ladies. To meet him was not tosuddenly enter the creative temple of a formidable, intimidating, darkand brooding genius who intoned complex insights with a Swedish accentabout man's dreadful fate in a bleak universe. It was more like this:"Woody, I have this silly dream where I show up on the set to make afilm and I can't figure out where to put the camera; the point is, Iknow I am pretty good at it and I have been doing it for years. Youever have those nervous dreams?" or "You think it will be interestingto make a movie where the camera never moves an inch and the actorsjust enter and exit frame? Or would people just laugh at me?"What does one say on the phone to a genius? I didn't think it was agood idea, but in his hands I guess it would have turned out to besomething special. After all, the vocabulary he invented to probe thepsychological depths of actors also would have sounded preposterous tothose who learn filmmaking in the orthodox manner. In film school (Iwas thrown out of New York University quite rapidly when I was a filmmajor there in the 1950s) the emphasis was always on movement. Theseare moving pictures, students were taught, and the camera should move.And the teachers were right. But Bergman would put the camera on LivUllmann's face or Bibi Andersson's face and leave it there and itwouldn't budge and time passed and more time and an odd and wonderfulthing unique to his brilliance would happen. One would get sucked intothe character and one was not bored but thrilled.Bergman, for all his quirks and philosophic and religious obsessions,was a born spinner of tales who couldn't help being entertaining evenwhen all on his mind was dramatizing the ideas of Nietzsche orKierkegaard. I used to have long phone conversations with him. Hewould arrange them from the island he lived on. I never accepted hisinvitations to visit because the plane travel bothered me, and Ididn't relish flying on a small aircraft to some speck near Russia forwhat I envisioned as a lunch of yogurt. We always discussed movies,and of course I let him do most of the talking because I feltprivileged hearing his thoughts and ideas. He screened movies forhimself every day and never tired of watching them. All kinds, silentsand talkies. To go to sleep he'd watch a tape of the kind of moviethat didn't make him think and would relax his anxiety, sometimes aJames Bond film.Like all great film stylists, such as Fellini, Antonioni and Buñuel,for example, Bergman has had his critics. But allowing for occasionallapses all these artists' movies have resonated deeply with millionsall over the world. Indeed, the people who know film best, the oneswho make them — directors, writers, actors, cinematographers, editors— hold Bergman's work in perhaps the greatest awe.Because I sang his praises so enthusiastically over the decades, whenhe died many newspapers and magazines called me for comments orinterviews. As if I had anything of real value to add to the grim newsbesides once again simply extolling his greatness. How had heinfluenced me, they asked? He couldn't have influenced me, I said, hewas a genius and I am not a genius and genius cannot be learned or itsmagic passed on.When Bergman emerged in the New York art houses as a great filmmaker,I was a young comedy writer and nightclub comic. Can one's work beinfluenced by Groucho Marx and Ingmar Bergman? But I did manage toabsorb one thing from him, a thing not dependent on genius or eventalent but something that can actually be learned and developed. I amtalking about what is often very loosely called a work ethic but isreally plain discipline.I learned from his example to try to turn out the best work I'mcapable of at that given moment, never giving in to the foolish worldof hits and flops or succumbing to playing the glitzy role of the filmdirector, but making a movie and moving on to the next one. Bergmanmade about 60 films in his lifetime, I have made 38. At least if Ican't rise to his quality maybe I can approach his quantity.

9 ago 2007

Jueves


Con la escritura se adquiere una continuidad al gusto de cada quien. Uno determina en el texto a qué velocidad fluye y cómo. Al menos allí está la velocidad en que le gustaría fluir. Es decir, la manera como uno da de si mismo.

Eso sentí hoy.
(Foto de un atardecer cartagenero)

2 ago 2007

La Caminata


Colombia tiene fama de ser un país apático en lo político que paradójicamente convive con la fiereza de sus dos grupos en armas que dicen hacer política por todos los medios, con los recursos económicos que provee la cocaína que se consume en las grandes ciudades del mundo, principalmente.

Este estado de cosas ha venido transformándose cualitativamente en los último días con la caminata y llegada a la Plaza de Bolívar de la capital colombiana de quien por más de mil kilómetros caminó desde el extremo sur occidental del país, Sandoná, Nariño. Entró a la plaza principal de Colombia, la máquina de los símbolos, la misma que hace 22 años vio el enfrentado incendio de fuerzas (guerrilla –ejército) en el Palacio de Justicia en el que murieron la mayoría de sus magistrados. La misma plaza que tiene su consabida catedral colonial que tuvo como maestro de Capilla al gran polifonista latinoamericano Juan de Herrera, nuestro Palestrina. Y que tiene como en gran parte de Latinoamérica un edificio para el legislativo o Congreso de la República con líneas republicanas de grandes columnas y capiteles. Allí llegó ayer un profesor de bachillerato en Ciencias Sociales a pedir por la liberación de su hijo que está secuestrado por las Farc hace 10 años, junto con otro medio centenar de policías y soldados y unos pocos personajes como la colombo/francesa Ingrid Betancourt. Salió de Nariño pidiendo por su hijo, luego por todos, después por el "Acuerdo Humanitario". A veces le exigió a las Farc, otras al Gobierno, o ambos; y así indistintamente durante 46 días los medios de comunicación se fueron enterando de lo que este profesor y su hija iban construyendo. Por el camino, ocurrió el serendipity: la muerte de 11 diputados igualmente secuestrados por las Farc que avivó el significado de su caminata y los medios de comunicación acabaron por desplegar una historia que va por la mitad. Algunos dicen que a las Farc no las presiona nadie por el cinismo y la ceguera en que los sumió la manigua. Que lo será en últimas el Estado y su gobierno de turno. Creo más en esta ultima opción. Aunque nadie sabe el futuro es mucha la responsabilidad que le cayó encima a este honesto personaje convertido en el héroe que buscan las sociedades por fuera de la literatura, aunque después acaben en alguna buena historia. Nos esperan distintos acontecimientos políticos que podrían desatascar al gobierno y la guerrilla que no ceden.

Me gusta el optimismo de un inteligente
semiólogo colombiano:

“En estas marchas renovadoras el ciudadanos expresa su deseo profundo de que lo político no sea mas astucia y dominio sobre el otro sino imaginación y cambio y por esto son ellas mismas políticas. Lo político, se dice ahora ,es la metafísica de la imaginación, donde se construye lo real. La política y los políticos, los medios, los académicos deben traernos nuevas ideas lejos de repetir la realidad y seguirla repitiendo como síntoma sin cura. La política sin poesía es cruel, nos encierra en el mundo a lo que estamos y no nos da salida” Armando Silva.

El optimismo es una flor desteñida entre nosotros por el cansació de la política hecha sólo con las armas. Vale la pena verle por estos días sus colores.

30 jul 2007

Poesía


Recuerdo que fue empezando universidad que leí a Octavio Paz y en particular el Laberinto de la Soledad. He sido un lector no experto de literatura de América Latina y para entonces apenas había leído Cien años y la Tía Julia de Vargas Llosa. Así que me deslumbró la penetración del poeta Paz sobre lo que ha pasado con nosotros habitantes del sur del Río Bravo, para poner un limite hoy artificial. Y la verdad me quedé con su descripción de las fiestas religiosas, la sangre en nuestra iconografía, los Chicanos. El hegeliano fondo de su poesía. Recuerdo aún esa definición poético filosófica de la incurable otredad del uno mismo. Fue fantástico. Me di cuenta de lo que era la honestidad intelectual en todo el sentido de la palabra, que involucra lo político. Luego compartí residencia estudiantil con un pariente político lejano que era poeta y durante un semestre cargó una inmensa antología de los poemas de Paz que tenían hondura de mar. De esos poemas que Horacio leía en medio de alguna conversación nació una curiosidad definitiva por pensadores latinoamericanos ligados con la literatura: Alfonso Reyes, Pedro Enrique Ureña, José Luis Romero, Octavio Paz, el infaltable Borges, y otros más que después Rafael Gutierrez Girardot reunió en sus trabajos sobre Historia Social de la Literatura Hispanoamericana. Claro que la mirada de Gutierrez sobre Paz fue dura.
Y a propósito de poetas, Octavio escribió Epitafio para un poeta: Quiso cantar, cantar/para olvidar su vida verdadera de mentiras/y recordar/su mentirosa vida de verdades.
Sí que está conectado el arte. Me acabo de enterar de la muerte de quien inaugura mis post con imagen. Que sea un motivo, al fin y al cabo Berman mostraba con única estética el juego de las mentiras y las verdades en las relaciones humanas.

18 jul 2007

Relato (cut and paste) de La ciudad ausente

-Un relato extrañisimo, la historia de un hombre que no tiene palabras para nombrar el horror.

Habló en voz baja como si gritara en un sueño. De cerca su cara parecia de vidrio.

-El lenguaje mata, dijo el otro mientras apuraba un tinto.

La mujer era un resplandor palido en la penumbra del sitio. Continuó como pensando en voz alta

-Si la historia de la pasión del hijo de Dios no fuera tan atroz nadie se hubiera ocupado del hijo de Dios; es una historia que tiene un corazón simple igual que una mujer.

Ella había sido infiltrada, sepultó su pasado, adoptó una historia ficticia y nunca mas pudo volver a recordar quien habia sido. A veces amaba en sueños a un hombre que no conocía. Parecia una maquina lógica conectada a una interfase equivocada, que funcionaba según el modelo del ventilador ; un eje fijo de rotación era su esquema sintáctico, al hablar movía la cabeza y hacia sentir el viento de sus pensamientos inarticulados.

Era la ilusión de las anfetas , pensó él, mucho mas rápido de lo que podía hablar y las ideas se transformaban en imágenes reales.

-El dicho dice que el pájaro vuela interminablemente en círculos, porque le han vaciado el ojo izquierdo y busca la otra mitad del mundo. Nunca se sabe con qué palabras serán nombrados en el futuro los estados presentes...

5 jul 2007

Lo amador

En estos días se acumulan en mi escritorio las notas de varios libros. Será la tierra de Jorge Volpi, en el que conocí una especie de novela-crónica llena de referencias actuales a hechos significativos de los últimos 50 años: La caída del muro de Berlín. Chernobil. El desarrollo de la biotecnología y el diseño del mapa del Genoma Humano, la desaparición de la Unión soviética y las nuevas mafias rusas. Las motivaciones económicas que impulsan el desarrollo científico norteamericano. Todo eso enlazado por la vida azarosa de tres mujeres en medio de una competencia profesional despiadada. Terminé cansado pero satisfecho. Pocas concesiones a los clichés de la literatura latinoamericana y una invitación a leer su mejor trabajo, En Busca de Klingsor, que ya empencé. En Será la tierra ya no importa en que ciudad vives sino el sitio al que te diriges y el avión que abordas en medio de personajes que muestran más sus intereses racionales que sus oscuras motivaciones. Pocas cosas le quedan en penumbras al narrador, la crueldad de la competencia de este comienzo de milenio no tiene duda. Y las palabras suenan afiladas con la exactitud de la competencia y el rigor de la crónica del novelista que posa de periodista aferrado a la objetividad de quien muestra cómo sucedieron las cosas.

Con su carátula pálida, en otra esquina del escritorio está Lo amador el libro que recrea el nacimiento del barrio cartagenero que hizo historia en mi adolescencia. Escrito local acompasado de la bacanería de sus personajes. Las líneas de la pobreza en el horizonte desnudo de historias que apenas alcanzan la supervivencia. Algo de eso acompañaba al padre del escritor –Roberto Burgos Cantor- a quien ví pasar tantas veces vestido de lino blanco por el Callejón de los besos, al mejor estilo caribe. Allí donde empezaba la lluvia y se comían los mangos sin que contara el tiempo. Pasaba el viejo y el silencio se hacia respetuoso de lo que después sería un libro. Ya contaré. Y en el borde del escritorio el último texto, La ciudad ausente de Ricardo Piglia: la maquina de macedonio...

26 jun 2007

Poema con ladrones

I
La noche da cobijo a los pasos del ladrón que tiene liviandad de fonámbulo en los muros.
II
Palpita el puñal, la ganzúa, la flor de los cerrojos en la oscuridad de costales y pretinas.
III
Hay ladrones que han adiestrado su sombra, su dócil sombra que evita entrar por las ventanas y que espera en la esquina de la noche la llegada agitada de su dueño.
IV
Luego del pillaje, los ladrones portan en sus manos un ramo de flor de adrenalina.
V
Hay quienes han visto su casa destechada en la noche que tiene olor de ladrones en las tapias. Sobre sus camas, el cielo azul, desnudo.
VI
Pero ningún ladrón es más hábil que el olvido.
De Juan Manuel Roca, en Ciudadano de la Noche.

19 jun 2007

Del mito a la ficción

Hoy me pregunto qué símbolos y significados acercan una obra al diagnóstico de una época, a lo sagrado y lo profano en la América Latina de hoy, y creo que la respuesta está en la derrota generacional y también la felicidad de una generación, felicidad que en ocasiones fue el valor y los límites del valor. (Roberto Bolaño, Entre Paréntesis)

Ahora todo se agrupa en generaciones (vean si no http://www.bogota39.com/), es decir, esa especie de tradición que se transforma de manera incesante, sin desaparecer. Los detectives Salvajes de Bolaño logran mostrar la tradición del grupo de escritores jóvenes trashumantes por Latinoamérica y el mundo. Así como antes lo hizo a su manera Horacio Oliveira, el Argentino expatriado que había ido a vivir a Paris con su novia uruguaya “La Maga”, hasta cuando desaparece y regresa a Buenos Aires. Transcurrían los años sesenta de Cortazar en París, capital entonces de la literatura latinoamericana, según Octavio Paz. 31 años después de Rayuela, Bolaño remoza la tradición desde Barcelona con su recorrido de mochilero, huyendo del pinochetismo, viviendo en Ciudad de México en la calle Bucareli, ganándose la vida como vigilante en un camping catalán, vendiendo bisutería en Europa y hurtando buenos libros de los sótanos de las librerías. En fin, los noventa y cinco relatos aparentemente inarticulados entre sí, a cargo de cincuenta y tres narradores que cuentan una historia igual de fragmentada en la que conversan cientos de personajes. Es la tradición del caminante que finalizará su periplo y su vida donde muchos quieren terminarla hoy, en Barcelona. Sólo que las experiencias del detective ocurren sin el exotismo que satisface la mirada ajena, sin gallos amazónicos, ni coroneles mitológicos, sin iguanas ni dinosaurios fundadores de una superioridad fincada en la rareza. Un detective que huye del colonialismo de nuevo cuño que nos congeló en el tiempo. No es nada original tender puente entre los mundos. Si lo es, en cambio, el distanciamiento intencional de Los detectives de la más emblemática de las obras latinoamericana: Cien años de soledad, que se escribió desde Ciudad de México entre 1965 y 1967 y su prestigio, no sus personajes, fue el que recorrió el mundo.

El distanciamiento de la novela Los detectives salvajes se inicia con el epigrafé del escritor Malcolm Lowry extraido de su obra Bajo el volcan, en el que se hacen dos preguntas y se obtiene una sola respuesta: “-¿quiere usted la salvación de Mexico? ¿quiere que cristo sea nuestro rey?, No”. Cita en la que se reconoce la tradición que prefigura lo que ahora llaman el irrealismo mágico, pero que Ulises Lima – personaje principal de Bolaño- denomina el realismo visceral. Un movimiento de mexicanos perdidos en México que caminan de espaldas mirando un punto pero alejándose de él en línea recta hacia lo desconocido. Movimiento al que desde la primera línea el detective Juan Garcia Madero acepta ingresar sin ceremonia de iniciación. “Mejor así.”, dice. Doble punto de partida que configura la tradición de una escritura de autodestrucción, de borrachos que intentan el suicidio y los expulsan de los países donde viven pero que no se cansan de buscar el más alto ideal humano en la degradación, los extraños lazos que unen a la gracia con la culpa y la representación mediante símbolos de la realidad más acuciante. Lowry mostró en 1938, a través del cerebro de un exconsul inglés en Cuernavaca, la conversación de dos mundos.

Del epígrafe al desierto en el que finalizan Los detectives, los lectores nos preparamos para conocer el único poema de Cesarea Tinajero. Mientras tanto, durante 609 páginas disfrutamos del habla de los latinoamericanos, su amistad y su pobreza, por las noches, en las calles, en la ciudad llena de nuestras limitaciones pero superadas por la fuerza del arte. Un espacio amplio y diferenciado que permite hoy en América Latina la presencia de formas de conciencia política y cultural que marchan unidas a ideologías intelectuales y a teorías que rivalizan, que conviven con todas las geografías, las etnias, las religiones y las costumbres. Y como lo mostró Alejo Carpentier en Los pasos perdidos: donde conviven todas las épocas históricas y se disputan programas de educación, periódicos y demás espacios organizados, configurando así los enfrentamientos generacionales. Por eso, a partir de Los detectives salvajes la simbología del realismo mágico convivirá con el realismo visceral. Y cada uno de ellos en su faceta literaria o de las ciencias sociales tendrá que reinterpretarse no como una etapa en un supuesto devenir cultural, sino más bien como fenómenos específicos visibles de la cultura.

¿Y lo sagrado, los mitos? Me intrigan eso grandes gestos y repetidos movimientos simbólicos del hombre formulados más o menos conscientemente, con que toda sociedad cuenta para entender sus principales enfrentamientos y la evolución de sus esquemas mentales e instituciones materiales, representadas en imágenes que los resuelven. Y algo hay en Los detectives salvajes como notarios de la labor del tiempo sobre lo sagrado del mito, al menos sobre esos grandes mitos de sistematización lingüística y de ordenamiento social que se degradan en ficción, -según anota el lúcido George Steiner; Y eso es lo que ocurre con el paso de la narrativa colectiva y heroica -tan ligada a ciertos mitos ideológicos, - a la ficción de Bolaño que no crea sino que inventa. Los detectives se mueven en el otro polo de significado del mito que desde los griegos abarca un rango de significados que pasa por ser palabra, decir, contar historia, hasta llegar a la ficción, cuyo límite ha sido hasta ahora el lógos.

Así la ficción delira en su invención porque no tiene raíces en lo sagrado. Y la de Bolaño deambula por la inventada ciudad latinoamericana que los detectives recorren nombrando premonitoriamente cada calle que pisan, porque esas ciudades se construyen y reconstruyen con nosotros, que no sabemos para donde vamos. Ciudades modelos del siglo XXI vistas ahora desde Barcelona, no desde París. Porque ya no es posible hoy crear un nuevo mito como el de la casa grande que durante cien años de soledad albergara a la inolvidable estirpe de los Buendía. Ahora sólo tenemos nombres sin peso sagrado, la colonia condesa, la calle montes, el café quito, nombres y más nombres. Sin una historia detrás distinta a la que se cuenta de Arturo Belano, Garcia Madero y Ulises Lima, tras su único héroe Cesárea Tinajero. El mismo Octavio Paz aparece descrito por su secretaria sin ninguna aureola, asumiendo la carga de todo, de todo lo que le pesa a Latinoamérica sus grandes figuras.
Pero esta degradación del mito literario es simultánea con la evidencia creciente de la forma como se diluyen los mitos de la nacionalidad y la identidad. Ahora sólo se inventan identidades (para qué crearlas si se puede inventar) que giran en los círculos irregulares de la narración, renunciando a la coherencia pura de la ficción decimonónica. La penosa construcción del relato enfrenta al lector a la dificultad de encontrarle sentido. Por la precariedad de la palabra que incluso cede terreno frente a lo figurativo (Bolaño finaliza dibujando). Sin fórmula para reorientar lo que nos pasa, los detectives en esta novela no se apegan a ninguna nacionalidad y parecen coincidir con Amartya Sen, quien dice que la identidad es tener la ilusión de un destino porque simplifica nuestras opciones y encamina moralmente lo que podemos hacer, lo que debemos prohibir y las compañías que nos favorecen o perjudican. Eso nos queda. Que es bastante. Sobre todo en tiempos en que “Lo literario, la cualidad literaria, a fin de cuentas no reside en el tema ni en el punto de vista ni en la intención de conseguirla ni en la proclamación de su consecución. Una vez más se nos aparece el misterio de la invisibilidad de los confines: podríamos preguntarnos, tal vez, si en realidad los hay”.(J.Marías).

14 jun 2007

Caminando

Hay una historia que comienza en febrero de 1820 cuando nace el padre del narrador de una bella novela. Cinco meses después de que Simón Bolívar entrara victorioso en la capital colombiana recién liberada. Ciudad esquizofrénica que en adelante se llamará Santa Fe o Bogotá, esa mierda de sitio, dice el autor. Desde allí inicia su recorrido hacia la provincia de Panamá Don Miguel Altamirano para hundirse en el fango de una Colombia que se desintegra; en la que se unta de barro, construye ferrocarriles y fracasa como periodista testigo de la construcción de un canal.¿Habría podido terminar Colombia ese canal y después no perder a Panamá? Esa pregunta no puede hacérsela el personaje sino el lector. Juan Gabriel Vásquez, el autor, sólo nos cuenta las vicisitudes de una ficción intensa que se refugia en los hechos. Los personajes pasan por la Cartagena del siglo XIX antes de llegar al más emblemático de los lugares de paso para los intereses norteamericanos… “El mundo enloquece. De repente, la costa este de los EE.UU se da cuenta que la ruta hacia el oro pasa por la oscura provincia istmeña…”. Cartagena el escalón anterior al futuro, lugar de turismo y hoy de arribo sin opción para desplazados por la violencia de las Sabanas de Bolivar. Aaayyy Cartagena, tiempos en que se oia más el silencio que el aguacero. Historia que recorría caminando diariamente la calle que une el Barrio Manga y elCentro histórico de la Ciudad. La Calle Larga de los años setenta. Nombre que debería cambiarse cuando queden atrás esas largas sombras de dolor dibujadas en el libro: Historia secreta de Costaguana.

5 jun 2007

La alegría

Recuerdo aún el rito espontáneo de las nubes negras, la humedad del aire y el olor anterior a la lluvia. El olfato impregnado por la fruta que ansiaba, servia de guía para alcanzar el cajón donde estaba la única prenda necesaria, el pantalón corto. En segundos los amigos estabamos en la calle apenas iniciado el aguacero, (¡¡Aguacero de mayo que va a cae!! ). Todo daba forma a la mas dulce aspiración que era saltar de un solo impulso los muros frontales de las casonas republicanas para entrar a recoger del suelo lo que la brisa nos regalaba, en medio de truenos y relámpagos: los mangos. Refugio de sabores prohibidos profanado por nosotros que aún teníamos derecho a la arcadia del Barrio. Era el rito lluvioso en una ciudad que apenas se urbanizaba, el júbilo de la infancia, el sabor de la fruta prohibida y de la lluvia que apenas duraba unos minutos...

11 may 2007

Eterno

Ya lo dijeron en este soberbio poema:

Mar eterno

Digamos que no tiene comienzo el mar
Empieza donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes
.

José Emilio Pacheco.

10 may 2007

Allí nos vemos...

En el barrio Manga se acostumbraba, durante el día, a permanecer en la casa sólo lo indispensable para almorzar e ir al baño en esas ocasiones en que realmente se necesitaba. El resto del tiempo procurábamos estar en la esquina, que era el sitio de encuentro, sin necesidad de citas previas. Siempre había alguien con quien conversar. Bueno, casi siempre. Porque a veces podía durar toda un tarde esperando a los amigos. Para distraerme miraba cada uno de los detalles de la tierra amarilla y los árboles que me rodeaban, impasible y sinsentido apoyaba un pie en el muro descascarado; inclinado el cuerpo hacia atrás, de espaldas a la mansión de una familia momposina venida a menos. Paseando la mirada una y otra vez por cada casa que se alineaban en el callejón que nacía desde la esquina y terminaba en el mar, comprendía que estaba menos solo que esas cuatro paredes republicanas de las que no salía ni entraba nadie y en cuyo anterjardín se acumulaban las hojas secas de los grandes almendros. Donde los gatos se paseaban correteando lagartijas enormes que parecían iguanas huyendo del calor y el depredador. Tratando de no aburrirme, buscaba en cada signo de la naturaleza las señales del cambio, lo instantes invisibles en que todo cambia y yo permanecía igual, esperando a mis amigos. Nunca supe por qué en ocasiones no llegaban, pero de esos silencios nacieron estas fotos de nostalgia por sentirme solo sin saber porqué.

26 abr 2007

El horizonte

La compañía diaria del sol caliente desde el amanecer. Entendí primero que una habitación sólo se justifica para dormir, para no enloquecer por el sonido monótono del abanico de techo. Oleadas de escasa algarabía de la calle que aguzaba la curiosidad por lo que era la vida . Sofoco del cuarto que empuja a salir. La salvación fueron los juegos frente a la casa, todo de tierra por donde pasaba un carro cada 15 minutos; y entonces parábamos, nos mirábamos las caras sudorosas, cambiábamos el ritmo del trompo, organizábamos las bolitas de uñita o esculcábamos el balón para saber que tanto se había dañado. Y seguíamos.

Dos calles mas allá del sitio de juego, en dirección recta sin tropezar con nada, la mirada se zambullía en el mar: la bahía. Esas aguas aprisionadas que han perdido sus fuerzas, sometidas al paso tranquilo de los botes inmutables. Mar quieto adornado por gaviotas y mariamulatas perezosas sobrevolándolo. De vez en cuando un pescador desprogramado. La infancia frente a la inmensidad adormecida.

23 abr 2007

la puerta

Hace poco desperté en la noche recordando una palabra que mi padre usó en mi niñez y al mudarnos de barrio nunca volvió a utilizar. Tiempos, los sesenta del siglo pasado. La palabra, La- puerta-del-campo, que después supe era el nombre dado a la puerta por la que entraban y salían las empleadas del servicio, o las de adentro, como también aún dicen. Un buen tiempo esa puerta fue un misterio, no me atrevía a pasar por allí porque el camino que la atravesaba estaba lleno de mala hierba que escondía piedras con las que podía uno tropezar. En muchas ocasiones la veía mal cerrada, entreabierta. Se la trataba igual que a sus usuarios. En realidad, era apenas una puerta.