21 oct 2009

Ruidos


Desde el segundo piso de la casa podía escucharse todo a la una y media de la tarde, después del almuerzo, cuando se dormía la siesta debajo de los abanicos de techo chinos que espantaban a medias el calor. El golpe fuerte y repetido de una bola de caucho cortaba el silencio mientras abría y cerraba las manos para atraparla y lanzarla contra la pared desde el marco de la puerta que del comedor lleva a la cocina a unos tres metros, la misma que pone limite al pasillo que conduce al reducido patio con espacio apenas para un palo de mango. El juego duraba lo que demoraba un equipo de béisbol en ganarle al otro, con la alegría de saber de antemano el ganador, que siempre era el suyo.

En la mañana había gastado el tiempo buscando entre cajones de las mesas de noche algo con significado, un sentido que imaginaba igual al que una abuela daría al encuentro de un botón perdido que arrastra la historia de los tres años que lleva colgado un vestido en el armario, después de revivir sin afán los días que se lo puso. Pasa la mañana como por un túnel reflejado en un cajón desordenado donde la madre guarda todo y puede encontrarse cualquier cosa, incluso la felicidad, y aparecía la tarde de caucho que va y regresa lanzada de golpe en golpe, con un deseo, ta!, el fastidio, la esperanza y la rabia, ta!,ta!, hasta que la pelota cae de sus manos en ese juego de vacaciones en ninguna parte que se hacían eternas, cuando se espera tanto de la vida, se escucha a otros decir tanto de lo sucedido y un olor a puerto atraviesa por el pasillo.

14 oct 2009

Cartagena,Montevideo,Buenos Aires y Santa María




A los amigos que me quedan en Cartagena, porque aún sea cierto el corralito de piedra. Y a los que me regaló Onetti.

Escrito en una trastienda

En todos los puertos del mundo
descansa la noche
sobre los navíos oscuros
y reza su rosario de lunas
el viejo lobo curtido y silencioso.
Palomas de las músicas vagabundas
picotean los fanales encendidos.
Tu recuerdo ha hecho hueco en mi mano sin luz.
Ah, llegar a tu cabellera rubia como a un puerto final.

Atracan los astros
y detrás de los grandes murallones de sombras
luces multicolores se roban las miradas
y las estrellas son afónicas
como la voz de la violinista tuberculosa
cuya tos en el bar es obligatoria.
El alcohol anda en zancos y las mujeres canallas
Pasean su olor a polvo y su cansancio.
En todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.
Hasta muy cerca de los navíos
salen los patios
y entran por los oídos de los marinos.
Un sabor dulce, un amargo sabor.
En todos los puertos del mundo
hay vagabundos como yo
que asoman al asombro lejano
el corazón, como un barquito en la mano.
Hay una calle, larga borrachera,
pedazos de noche dispersada
y cuando llega el alba roja y con su clarín
revuela pájaros alucinados,
en todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.


Raul Gonzales Tuñón 1905-1974

Imagen: Edward Hopper, NightShadows