5 nov 2009

Ensortijado


Dos o tres pasos adentro y el salón de arte descompone todo, "al principio la mirada". Sonrió, como preparándose para el juego. Sabía, dijo, que la mirada del siglo pasado la había domesticado el cine. Pero callé, para no tener que concentrarme en lo abstracto de una conversación, sino en lo visual, así que seguimos el recorrido del color y las preguntas en un amplio galpón que concentraba algo así como 250 artistas colgados por medio centenar de galerías de América Latina y España. Invitación sensorial que exige concentración, para pasar de los consagrados –Bernardo Salcedo, Siglo XXI o La putita de Fernando Botero- a los menos y a los que nunca serán.

Los colores no sirven de orientación, alcanzó decir cuando tropezamos ante la puerta improvisada de la galería de Faría Fábregas disfrutando de una obra hecha en brea y acero: Forma orgánica fundida de Miler Lagos. El objeto que se disuelve como el tiempo, perdido en la inconciencia, concientemente trabajado por el artista. Y claro, lo de siempre, acaba uno viendo lo que entiende, y por eso, las líneas del pentagrama que en mi cabeza tienen la clave de Sol, que comienzan en Mi y llegan a Fa; o la de Fa que inicia en Sol y acaba en La, pierden los signos y su dureza, se descomponen y se hacen suaves, se curvan para arriba y para abajo y ellas mismas sin notas parecen notas indicadas por los cabellos de algún familiar querido de Gabriel de la Mora, ese artista mexicano que atrapó la atención de este caminante desorientado. El pentagrama que adquiere la forma de cabellos en distintos lugares musicales dependiendo de la genealogía familiar, del cariño, o del sueño de cada cabeza. Después, no hubo necesidad de encontrar la salida.

Imagen tomada de http://www.analitica.com/va/arte/actualidad/exp/6800160.asp