14 mar 2008

La casa de las muñecas




Llueve y hace frío en Bogotá. La semana se cocina en olor a teatro, que con el clima se hace más intimo: el festival Iberoamericano. Hoy viernes no salió el sol. La luz tiene el color de la tristeza, el silencio de los que caminan solos buscando un sitio para almorzar. Enfrentando a codazos un espacio sin televisión –imposible anhelo- pues la cajita ha invadido hasta los restaurantes de oficinistas, donde se la mira de reojo y sin atención, al menos que halla un muerto ilustre. Bandido o no.

Mientras tanto, me siento a disfrutar mi última visión, esa que tuve ayer ante La casa de las muñecas de Ibsen. Soberbia. No pensé que un símbolo aparentemente obvio como el de unos enanos dando órdenes y sometiendo a su mujer se pudiese manejar con tal grado de sofisticación. Fue una gran obra de teatro de la compañía estadounidense Mabou Mines en la que los símbolos no son panfletarios, sino sutilezas del arte. Hace más de 100 años que este noruego hizo el boceto que desnudó el machismo. Nunca me había sentido tan bella y ridículamente mostrado.

2 comentarios:

ricardo flores dijo...

el final.
saludos,
RF

un tordo dijo...

con tu emocionada crónica me haces recordar la movida del otrora Festival Internacinal de Teatro de Caracas, otra de las tantas cosas que desaparecieron con esta manía fundacional revolucionaria del borrón y cuenta nueva. aún nos queda la memoría, y cual Nora habrá que atesorarla, que la esencia sigue guardada en su cajita a pesar de que fuerzas represoras la sometan.