18 sept 2009

La reina de la noche



Hay una mujer que atraviesa la calle. Siempre hay una mujer sola que pasa la calle en una noche oscura, avisos de neón, cuando escucho buen Jazz. Algo de ese resplandor del poema anterior.

Encandilado aún por las luces recurro a veces al canon fijado en la tradición crítica, que usualmente pontifica los momentos de perfección en el arte. Esos que con el trabajo creativo, con la imaginación, moldean la naturaleza a su gusto. Los ejemplos de esos momentos de perfección son muchos. En este instante me vienen a la mente dos. Creo que para la mayoría de los artistas vocales la Ópera es la máxima expresión de emoción y de exigencia vocal. Y ella tuvo su época gloriosa, que no es la actual. Es una estructura hecha para que se luzcan quienes dominan la voz. No hay nada más perfecto. En el Jazz, que es el otro caso, con una historia tan enredada, los grande quintetos de finales de los 50 y comienzos de lo sesenta fueron tan rítmicamente irrefutables y compactos que parecen el número ideal para que los músicos toquen simultáneamente juntos y separados.Y cada uno tiene su minuto para la gloria. Lo digo porque en estos días cayó en mis manos como si la escuchara, la historia atonal de alguien que representa, a diferencia de los dos anteriores, un momento límite del arte. Por lo exigente, pues el artista se compaña sólo a él mismo. Hablo del solista. De la soledad de Cecil Taylor en el piano, la soledad de Nueva York. “Él es Nueva York”, conocedor del instrumento que mayor grado de libertad le permitia. Tanto así que el público casi no acepta escucharlo, por ser algo tan absolutamente personal. Música llevada al limite como se cuenta en una de las mejores paginas de literatura y Jazz. ¿Cómo llamar a eso? No sé, propongo darle algún nombre en español a este nuevo objeto de arte. A mi no se me ocurre ninguno. Lo leí y no pude creer que alguien se me hhubiera adelantado. Cesar Aira, curiosamente -pura coincidencia, lo juro- escribió este texto que inicia con una mujer que cruza una calle... y a partir de allí Aira yacea –o jazzea- con Cecil Taylor hasta terminar en el centro del canon jazzistico literario para luego afirmar: “bien podría decirse que es el mejor músico del siglo XX” . Música para los que se atreven a sospechar de lo que les gusta.

Sólo pocas veces la que pasa la calle va desayunar en Tiffany, ni se parece a Holly Golightly, porque ella quizá llegaba allí en limusina. No sé. Para mi gusto Aira es de los mejores escritores vivos en español. Cecil mismo pidió que se lo tradujeran al inglés para leerlo.


Foto de Dorian Leigh, Harper’s Bazaar, 1948 © Lillian Bassman

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