30 jul 2007

Poesía


Recuerdo que fue empezando universidad que leí a Octavio Paz y en particular el Laberinto de la Soledad. He sido un lector no experto de literatura de América Latina y para entonces apenas había leído Cien años y la Tía Julia de Vargas Llosa. Así que me deslumbró la penetración del poeta Paz sobre lo que ha pasado con nosotros habitantes del sur del Río Bravo, para poner un limite hoy artificial. Y la verdad me quedé con su descripción de las fiestas religiosas, la sangre en nuestra iconografía, los Chicanos. El hegeliano fondo de su poesía. Recuerdo aún esa definición poético filosófica de la incurable otredad del uno mismo. Fue fantástico. Me di cuenta de lo que era la honestidad intelectual en todo el sentido de la palabra, que involucra lo político. Luego compartí residencia estudiantil con un pariente político lejano que era poeta y durante un semestre cargó una inmensa antología de los poemas de Paz que tenían hondura de mar. De esos poemas que Horacio leía en medio de alguna conversación nació una curiosidad definitiva por pensadores latinoamericanos ligados con la literatura: Alfonso Reyes, Pedro Enrique Ureña, José Luis Romero, Octavio Paz, el infaltable Borges, y otros más que después Rafael Gutierrez Girardot reunió en sus trabajos sobre Historia Social de la Literatura Hispanoamericana. Claro que la mirada de Gutierrez sobre Paz fue dura.
Y a propósito de poetas, Octavio escribió Epitafio para un poeta: Quiso cantar, cantar/para olvidar su vida verdadera de mentiras/y recordar/su mentirosa vida de verdades.
Sí que está conectado el arte. Me acabo de enterar de la muerte de quien inaugura mis post con imagen. Que sea un motivo, al fin y al cabo Berman mostraba con única estética el juego de las mentiras y las verdades en las relaciones humanas.

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