25 ago 2009

Los montes de María



Ya quisiera dejar este estilo denso arrumado en el rincón de las cosas inservibles, pero es inevitable usarlo a veces para entrar en honduras, aunque se desdibuje lo natural, lo simple y directo que golpea de entrada, deslumbra en principio, pero que sólo excepcionalmente permanece bello. Lo denso,en cambio obliga a despojar poco a poco las capas de lo que se dice; puede aburrir por no ser fácil, ni placentero al comienzo, pero avanzando se llega a esa segunda piel ligada a la primera, entonces el goce es mayor, o peor. No se sabe. Por eso, y volviendo a lo de la música antigua, cuento una anécdota para ser menos abstracto. Hace tiempos ya, la primera música que se escuchaba en las tierras de las sabanas de Bolívar y Sucre, al norte de Colombia, era la que regalaba el canario enjaulado Allá donde los campesinos acostumbraban despertar con los pies descalzos en la tierra, adelantados a la madrugada, al son de pájaros amarillos en cárceles rudimentarias con barrotes de alambre dulce, el pocillo del agua y el alpiste. Antes que la tecnología se posara a incomodar entre el hombre y la naturaleza, antes del radio, la voz más bella era naturaleza enjaulada; el canto del mochuelo, belleza que cuesta y duele, vibración y anhelo de libertad. Quienes cantan hoy esforzándose por lo sublime, añoran algo que sólo se percibe en la buena música. Eso que está en una aria de Kathleen Kuhlmann, en una canción de Bebe, extrema y dura, o en una abarca de tres puntá de campesinos en los Montes de María. Las diferencias técnicas, vocales y las variantes musicales agregan, matizan o ensombrecen. Pero es el mismo sentimiento en sus distintas formas.Creo.


Imagen: Orlando Di Lasso, compositor y cantante.

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